La vida, un misterio tremendamente hermoso
Ya prácticamente un clásico en su sexta edición en un año ¿Por qué cuesta tanto aceptar la realidad? ¿Cuáles son los impedimentos para una vida plena y feliz? El autor nos invita a investigar juntos las respuestas a estas preguntas. Propone ver los hechos directamente. Nos llama a percatarnos de hechos que pueden ser confrontados con las últimas investigaciones de la ciencia. El autor afirma que vivenciar esa sabiduría es el definito despertar.
Wednesday, May 01, 2013
PALABRAS DE RAFAEL
CADENAS:
(Al bautizar el
libro: “La vida un misterio tremendamente hermoso ¡Qué vaina tan buena es
vivir!”):
El libro que presentamos esta noche es una
excelente síntesis de un pensamiento que viene de la India, pero no se trata de
un asunto esotérico que no nos atañe, como podría imaginárselo un occidental
bien blindado. Todo lo contrario: nos toca de cerca, nos implica, nos reta
porque su eje temático es el condicionamiento al que no escapa ningún ser
humano y la posibilidad de verlo, que es también verse.
Todos lo sabemos, pero lo olvidamos
constantemente: desde que nacemos y a lo largo de nuestra vida se nos
condiciona, vale decir, se nos forma (o deforma) de cierta manera. La operación
se realiza mediante el lenguaje, la familia, la escuela, el liceo, la religión,
las experiencias, en fin, no hay nada que no deje de actuar sobre nosotros.
Todo eso nos hace lo que somos: seres que necesitamos considerarnos libres,
aunque estamos muy determinados, y tal vez por esto mismo. A veces hasta se oye
decir a alguien, con ligereza: No estoy programado para eso, sin percatarse de
que está hablando como robot.
¿Hasta que punto es libre el pensamiento?
Esta es una pregunta crucial que nos la debemos hacer. Así veremos tal vez lo
atados que estamos. Si una persona está satisfecha con su condicionamiento,
este es un palacio; si no lo está, se le convierte en una prisión. En ambos
casos, limita; pero no se puede saltárselo a la torera. Cómo vérsela con ese
gigante es toda una tarea. Además los conocedores del asunto dicen que tratar de
zafarse de sus manos lo fortalece más. Entonces, ¿qué pueden hacer las personas
interesadas en este rompecabezas, que son pocas, pues las más están
identificadas con su condicionamiento, es decir, con su yo, y no les pasa por
la mente dejarlo a un lado? Reinaldo dice en el capítulo 12 donde trata el
tema, que “la mente se halla condicionada en su totalidad, tanto la consciente
como la inconsciente, y cualquier esfuerzo que hagamos también estará
condicionado. Por ello, sólo la toma de conciencia del hecho mismo del condicionamiento produce un
esclarecimiento inmediato”. Ojalá sea así. En todo caso, Reinaldo respalda esta
afirmación con su propia experiencia. Habla desde ella, no teóricamente.
Parecería que ver esa armazón nos desarma, pero no importa, podemos andar
desarmados, el cuerpo alerta se defiende.
Me he detenido en este punto por
considerarlo central, pero Reinaldo hace una exposición muy amplia de otros
aspectos –el libre albedrío, el misterio de todo, el observador del observador–
con
referencias a autores occidentales como Freud, Erikson, Piaget, Wilber, Fromn y
otros. El lector puede encontrar, por ejemplo, esta cita de Einstein,
reveladora de cómo en él coexisten el científico y el místico: “Los seres
humanos formamos parte de esa totalidad llamada por nosotros “Universo”, una
parte circunscrita en el tiempo y en el espacio. Cada uno de nosotros se
experimenta así mismo, a sus pensamientos y a sus sentimientos –en una especie de ilusión óptica de la conciencia–
como algo separado del resto. Esta ilusión constituye una especie de prisión
que nos encierra en nuestros deseos personales y restringe nuestro afecto a
unas pocas personas cercanas. Nuestra labor debe ser la de liberarnos de esta
cárcel”. En otra ocasión escribió: “El verdadero valor de un ser humano depende
del grado en que ha podido alcanzar la liberación del yo”. Estas palabras suyas
forman parte de una serie de textos que yo traduje de autores occidentales
afines al pensamiento oriental, lo que también se observa en este libro, pues
hay unas coincidencias de pensadores de la India, China y países del Medio
Oriente con místicos y filósofos occidentales. Los más orientales son Eckhart y
Molinos; ha habido influencia de los sufis del islam sobre San Juan de la Cruz.
Hasta en Santa Teresa hay mucho Zen. Los Upanishads dejaron su impronta en
Schopenhauer, Emerson, Thoreau y Whitman. En tiempos más recientes, Heidegger
ha admitido sus cercanías con el Zen con el cual tiene también diferencias.
Ante mi tengo dos libros sobre esta relación: Heidegger et le Zen de Jean
François Duval y Heidegger and Asian Thought, conjunto de ensayos recopilados
por Graham Parkes sobre este filósofo y el Vedanta, Lao-Tse, Lao-Umang así como
de profesores japoneses sobre él. Autores como Alan Watts, Robert Powell y
Arnaud Deijardins con leídos en Oriente. A veces hasta ocurren sorprendentes
retornos. Gandhi le debe a Thoreau su idea de resistencia no violenta. Eckhart,
San Juan y Molinos han repercutido en la India. El Tao Te King y la obra de
Chuang Tzu gravitan enormemente en la cultura occidental. También el Zen, por
supuesto, y en menor grado el budismo tibetano. Todas estas concepciones, de
uno y otro lado, traspasan las fronteras a pesar de las diferencias entre
los pueblos.
Lo que presenciamos aquí hoy tiene que ver
con lo que vengo exponiendo. Los que se llaman
a sí mismos revolucionarios –nótese la satisfacción que esto puede
traerle al ego– quieren imponerle su condicionamiento, lo que ellos creen, lo
que piensan, a la sociedad venezolana, que a la vez forcejea para impedirlo.
Ese es el principal designio que portan y los lleva desde hace varias décadas.
Sería un cambio del condicionamiento ya existente que permite la mayor
pluralidad, aunque con muchas fallas injustificables, por otro que no podrá ser
sino unilateral. Lo que plantea este libro es la factibilidad de trascender
todo condicionamiento, algo que nos permitiría ir más allá del debate político
actual tan absurdo, porque se ha olvidado la sencillez que lo resolvería, pues
en el fondo y apartando esta esquizofrenia inducida, de lo que se trata es de
ponerse de acuerdo todos para crear una sociedad normal, pero esto requiere
descondicionarse, salirse de la trampa.
En estos
días estuvo aquí una destacada escritora colombiana. En una entrevista para El
Nacional declaró que era de izquierda –hoy no sé muy bien qué significado tiene
esa palabra si el régimen cubano lo es– y añadió que como tenía formación
marxista cuando le preguntaban si había abandonado esa doctrina, respondía con
otra pregunta “¿y para meterme a qué? ...dejar de ser lo que soy para no ser
nada me parece deplorable”. En realidad, ese paso es dramático, cuesta mucho
darlo porque hay una identificación de la persona con el pensamiento que ha
hecho suyo, pero entonces ¿no se puede abandonar un credo sin adoptar otro? Yo
le diría a esta amiga que eso no es necesario, pues al dejarlo nos queda la
conciencia que es más importante que todas las ideologías y religiones.
He hablado del libro, pero no del autor. Voy
a terminar refiriéndome a él no sin antes mencionar el honesto y útil prólogo
del profesor Jorge Portilla Manfredini. Reinaldo es abogado, ha recorrido mucho
mundo calladamente, sin hacerse notar, como le corresponde, y antes de este
libro había publicado otros sobre derecho y artículos en periódicos. Este libro
terrible para el querido ego, como lo llamó Sotekel, seguramente no será el
último porque contiene en potencia otros. Una vez el poeta francés Luis Aragón
dijo más en serio que en broma: si quieres conocer un asunto escribe un libro
sobre eso. Tal consejo no se le puede aplicar a Reinaldo, pues lleva años en
esta ruta a vueltas con los temas a que me he referido, lidiando con el yo –ese
villano funcionalmente imprescindible que a veces nos juega malas pasadas– y la
necesidad de verlo.
Palabras de Rafael Cadenas al
bautizar el libro: A la luz de la sabiduría de Reinaldo Rodríguez Anzola:
Hoy presento este libro por seis razones:
La primera porque el capítulo que lo abre es una breve autobiografía,
algo desusado entre nosotros, pues ningún autor se refiere a su vida. Además
comienza con esta declaración sorprendente: Soy feliz. Ya esto tan inverosímil
en un mundo lleno de horrores, vale
bastante.
La segunda porque toca como en su primer libro un hecho que suele olvidarse
o se evade: que estamos condicionados por nuestra formación y nuestros genes.
Nada de ello suele mencionarse, a pesar de su importancia. Es asunto explosivo.
La tercera por ser un recorrido a través de diversos maestros del
espíritu ―prefiero llamarlos así en vez de místicos para
evitar cierta confusión a que da lugar esta palabra y la familia que tiene.
La cuarta por incluir a científicos en esta corriente espiritual
robusteciéndola al probar una cercanía ya insoslayable. Se han escrito muchos
libros sobre este punto que me parece una revolución silenciosa aún sin
penetrar en la vida corriente.
La quinta porque deseo aclarar mi posición. Como Reinaldo cita textos
míos al lado de los de muchos sabios, puede dar la impresión de que estoy a la
par de ellos, lo que me preocupa sobremanera, pues soy simplemente alguien que
se interesa por sus planteos, los lee y los estudia, pero sin identificarme con
ninguno. Creo que en este trecho Reinaldo se volvió loco o lo alucinó su
generosidad conmigo. Lo atribuyo a su aprecio.
Y finalmente, la sexta, porque recuerda a J.R. Guillént Pérez, amigo,
profesor de filosofía que la enseñó a varias generaciones, autor de libros que
lo revelan como pensador y quién está bastante olvidado. Es algo que le
agradezco a Reinaldo.
Es posible que su libro suscite críticas de la academia y su autor debe
prepararse para la contestación."
NOTA: Se transcriben las
palabras de Rafael Cadenas al bautizar los dos libros anteriores de Reinaldo
Rodríguez Anzola, porque los temas del presente libro son continuación de
aquellos y porque, como lo dice el propio Rafael Cadenas: “…deseo aclarar mi
posición. Como Reinaldo cita textos míos al lado de los de muchos sabios, puede
dar la impresión de que estoy a la par de ellos, lo que me preocupa
sobremanera, pues soy simplemente alguien que se interesa por sus planteos, los
lee y los estudia, pero sin identificarme con ninguno.”